Todo esto
empezó dos veranos atrás. Fui de viaje a Logroño con mis padres porque a mi
madre le encanta Gran Reserva y tenía muchas ganas de ver dónde rodaban la
serie y toda su historia. Puede que sea una de los mejores viajes que he hecho
dentro de España, y no sólo por la comida y por las viñas, sino porque volví
enamorada del vino y de Albert Espinosa.
Me encantan
las librerías. ¡Sí, tengo que admitirlo!. Son una de mis debilidades. Aún es
más, me encantan las librerías que tienen varios pisos. Puedes pasear por ellas
durante horas, y cuando sales, tienes la sensación de que sólo han pasado cinco
minutos. Pues la librería de la Gran Vía de Logroño es una pasada, y los
dependientes muy simpáticos.
Mi criterio para escoger/comprar libros es enamorarme de su título, después leo la primera hoja, y para terminar, leo el final. Y pensareis: ¿qué gracia tiene que leas el final? Puede que sea como las películas, que si te dicen el final, ya no te sorprende de la misma manera. Pero yo soy como el mundo al revés, me gusta que me cuenten el final de las cosas, ya sean libros o películas, porque si de verdad me llama la atención, terminaré por leerlo/verlo igualmente. Así que sí: siempre leo el titular, y la primera y la última hoja. Si me absorbe, lo compro.
Por aquellos
tiempos, lo único que me sonaba de Albert Espinosa era Planta 4ª (supongo que
todos la conoceréis, ¡es un peliculón!). Vi en una de las estanterías una pila
de libros iguales. Me llamó la atención la portada y para variar, su titular:
“Si tú me dices ven, lo dejo todo... pero dime ven.” Es un titulo genial. Me
quedé alucinada cuando lo vi. Después me llamaron la atención los títulos de
cada uno de los capítulos, leí el principio y el final, y no dudé en comprarlo.
Era el libro que andaba buscando mucho tiempo y que nunca había encontrado.
Estaba hecho para mi. Noté una conexión entre los dos impresionante. Y
pensareis: Pero si tan sólo es un libro... Muchos de vosotros no me entendéis
cuando os hablo de Albert y de sus obras, pero tenéis que leerlo, meteros en su
mundo amarillo al 100% para poder entenderlo. En ese mismo instante me medio
enamoré de él. Cuando llegamos al hotel por la noche, en lugar de dormir, me
puse a leer. Nunca me había pasado. Nunca había tenido esa necesidad de leer,
esa ansia... Ahora ya sé por qué me pasó y por qué me pasa con cada cosa que él
hace. ¡Es único! Mis padres se fueron a dormir, yo me quedé en el comedor, y
seis horas después había devorado el libro. No sabía exactamente si lloraba de
emoción, a causa del conjunto del libro, o de pena por haberlo terminado tan
rápido. Al día siguiente volví a la misma librería, y compré sus dos primeros
libros, ya que ese era el tercero.
A partir de
ese momento empecé a investigar. Es difícil de explicar, pero me enamoré de él.
No de él como persona, sino de todo lo que él hacia. De sus respuestas en las
entrevistas, de las películas, de los libros, del teatro, de los artículos
periodísticos... De él como conjunto. Como un todo. Cada día intento hacer mía
su filosofía de vida, ya que yo no tengo tanta fuerza como él, ni en mi reina
el optimismo que reina en él, pero lo intento, porque él me ayuda a través de
sus libros.
Antes de
vacaciones de Semana Santa, Clara, nuestra profesora de Radio nos dijo que
empezáramos a buscar un tema para el reportaje individual que teníamos que
hacer para después de Pascua. Ni lo pensé. Un tema abierto, en el que yo podía
hablar, investigar, documentarme y disfrutar. ¡Era fantástico! ¡Más que mejor!
Lo tenía claro. Tenía que hablar sobre la nueva novela de Albert: “Brújulas que
buscan sonrisas perdidas”. Últimamente me cuesta sonreír de verdad. Me cuesta
sonreír, sentirlo y creérmelo. Pero no hay nadie como él que me haga
desahogarme como lo hago, ya sea llorando o riendo. Nunca hablo de los temas
que me duelen, y por tanto, guardo todas las emociones dentro de mi. Pero él me
hace explotar. Explotar de alegría, de pena, de rabia... Nadie sabría ayudarme
como lo hace él, con una manera tan simple: palabras.
Así que me
puse manos a la obra. Le envié mil correos y mil mensajes a Facebook y Twitter
hasta que contestó. “El que la sigue, la consigue”. Le propuse hacerle una
entrevista para poder hacer el reportaje, y me dijo que no tenía tiempo.
Después de ver lo que vi el otro día en la Diagonal de Barcelona, entiendo por
qué lo decía. Acepté el “no” como respuesta, pero no me iba a rendir. Sabía que
era bastante improbable que me concediera la entrevista, aunque fueran dos
minutos y aunque me tuviera delante. Había mil personas allí como para darme
protagonismo a mi. Pero ya no sólo era por la entrevista para el reportaje,
sino que se trataba de un tema personal. Necesitaba tenerlo delante, saber cómo
es, cómo se desenvuelve, escuchar bien su voz, su sonrisa, cómo trata a la
gente...
El día 3 llegué a Barcelona, y ayer
por la noche estaba en casa. He de decir que acabo de vivir una de las
experiencias más gratificantes de mi vida. Él es único, y lo demuestra dentro y
fuera de sus libros. Necesitaba mi “tren de voces” para el reportaje, así que
conforme llegué al Fnac empecé a entrevistar a la gente. Hacía frío, llovía y
había una cola enorme. Nunca hubiera imaginado que se formaría aquella cola.
¿Pero sabéis qué? Me hizo sentir genial. Cuando le hablo a la gente de Albert
no me entienden porque no lo han leído, pero todas y cada una de las personas
que estaban allí, eran como yo. Sienten exactamente lo mismo que siento yo. Ya
no soy un bicho raro, sino todo lo contrario, mejor todavía, formo parte del
mundo amarillo, aquel que creó Albert en 2008.
Hablar con
aquellas personas, que me dijeran qué significaba Albert para ellos y qué
aportaba a sus vidas, no tiene precio. Me siento bien, mejor que bien. Ahora
cuando oigo sus cortes de voz, se me ponen los pelos de punta porque les
entiendo, ellos me entienden a mí y compartimos un sentimiento. Cada uno de
ellos me contaron sus experiencias, que es imposible que las incluya todas en
el reportaje, pero que es mucho mejor porque me sirve para mi, a nivel
personal.
Después de 3
horas de cola, estaba a punto de entrar en la sala de firmas. Tenía tantas
cosas que preguntarle, tenía tantas ganas de verle, tanto que decirle... Pero
lo vi delante y no tuve otra cosa que hacer que ponerme a llorar, no podía
hacer otra cosa, no me salían las palabras. Cuando salí de la sala me sentí
bastante patética. Que poca profesionalidad... Puse en marcha la grabadora, así
que tengo la conversación grabada. Me tiembla hasta la voz. Se acordó de mí y
me dijo que cuando tuviera tiempo me daría la entrevista que tanto deseo.
Después de ver su actitud con la gente, estoy segura de que me la dará. Pero si
os digo la verdad, no es lo que más me importa ahora mismo. Lo tuve delante, lo
toqué, lo observé, lo escuché... es una persona de carne y hueso, pero para mí
es más que eso. Es algo que no puedo explicar con palabras, y que solo pueden
entenderlo la gente que siente lo mismo que yo. No es una batalla perdida, sino
todo lo contrario, he ganado mucho después de verle. En ese instante gané.
Tenía a mi ídolo delante de mí.
De pequeños tenemos más ídolos a los que seguir y admirar, incluso ahora de mayores. Yo le tengo a él. En un principio quería ser periodista porque me encanta escribir. Ahora no suelo hacerlo por placer, porque no tengo tiempo con los trabajos de la universidad, pero sigue siendo una de mis metas. Él es mi ejemplo a seguir, y sé que algún día lo conseguiré. Puede que nunca llegue a ser como él, pero plasmaré en mis libros mis vivencias y mis sentimientos sin pudor de lo que pueda pensar la gente.
Yo me siento
amarilla. Intento encontrar a personas que aporten algo a mi vida. Esos valores
que no aportan ni los amigos, ni los familiares, sino alguien totalmente nuevo.
Los amarillos suelen aparecen y desaparecer, nunca se quedan mucho tiempo, pero
siempre aprendes algo de ellos. Supuestamente hemos de tener 23 amarillos en nuestra
vida. Yo creo que, por ahora, no tengo ninguno. Soy demasiado exigente, o ellos
no se quedan el tiempo suficiente como para que pueda disfrutarlos, o tal vez
no tengamos el mismo interés, no busquemos la misma finalidad en nuestra
relación...
Cuando volví
a casa el miércoles que empezaban las vacaciones, tenía “Brújulas que buscan
sonrisas” sobre la mesa de mi escritorio. ¡Mi madre es la mejor! Justo al día
siguiente, iba a Guardamar a visitar a mi ex-compañera de piso. Me encanta leer
cuando viajo, así que me llevé el libro conmigo. Empecé a leerlo y desde el
segundo uno, las lagrimas empezaron a brotar de mi ojos recorriendo toda mi
cara hasta llegar al suelo. Llegué a mi destino, y tuve que parar. A la vuelta,
proseguí hasta que llegué a casa, y me pasó más de lo mismo. No podía parar de
llorar. Mis padres cuando me vieron llegar a casa con ese aspecto no podían
entenderlo, poca gente tiene el don de entenderlo. Esa misma noche lo terminé.
¡Cinco horas y devorado! Ahora soy incapaz de decir cuál es el que más me
gusta, sería injusto. Todos aportan algo diferente pero especial a mi forma de
vivir, de ver y de llevar las cosas.
Me pareció
curioso, porque cuando entré en el tren de vuelta y me senté, justo en los
asientos de delante había tres personas. Una de ellas llevaba el libro en las
manos, y pensé: “qué casualidad...” Pienso que las cosas ocurren por algo, creo
en las casualidades, pero nunca me había sucedido algo similar. Después de
desconectar del mundo durante mi estancia en Barcelona, he vuelto a la
realidad. En mi bandeja de mensaje “desconocidos” del Facebook tenía un mensaje
de alguien que se decía llamar “Sonrisa Nórdica” en el que decía:
“Hola Marta! Que alegría haberte encontrado por aquí y de
casualidad. Pues me metí en la página de Albert para ver si alguien había
publicado las fotos del libro, y reconocí tus ojos.
¿Sabes quién soy? A ver, ¿tú no vistes a tres chicos y una
chica hablando de Albert Espinosa en el tram?, pues yo soy la chica. Me acababa
de comprar el libro en Alicante en el Opencor, y no sé, pero cuando me senté
sin ver el libro que llevabas en las manos, sabía que estabas leyendo ese
libro. Desprendías esa energía llena de magia... Que cosas tiene la vida.
Estuvimos pensando lugares para hacer las fotos del libro.
¿Pero sabes qué? La foto fuiste el libro y tú en el tren leyendo y llorando.
Super tierno. Estuvimos todo el camino observándote, y Antonio y yo nos
decíamos: “si es que me dan ganas de levantarme y abrazarla”. Desprendías mucha
ternura.
En La Vila tengo a mis dos amarillos y siempre me escapo para
tener momentos mágicos. Si quieres formar parte de nuestras vidas, aquí tienes
una amiga amarilla. [...]
Besos amarillos”
Cuando he
leído el mensaje me he quedado en shock. Habré leído el mensaje cerca de diez
veces hasta que le he contestado porque me he quedado bloqueada. Confío en las
casualidades, pero ésta ha sido demasiado.
Recuerdo
perfectamente aquel grupo de cuatro personas. Cuando vi que ella llevaba el
libro en las manos, pensé: “seguro que es una gran persona”. Todos los que
leemos y amamos a Albert, considero que lo somos. Pero claro, cuando leo entro
en mi burbuja y me aíslo del mundo. No hay nada a mi alrededor, sólo el libro y
yo. Me di cuenta de que me miraban mucho, pero era evidente, iba llorando a
lágrima viva en un tren de camino a casa en el que sube y baja gente cada
minuto. Era normal que me miraran, pero no presté más atención. Ahora sé que
los amarillos existen. Que en aquella cola en la Diagonal de Barcelona había
muchos de ellos. Gente especial donde los haya, con miles de historias por
contar y con miles de experiencias vividas. Gente que parece normal, pero que
lo mejor de ellos está dentro, esperando que alguien investigue y lo encuentre.
Tengo que darles
las gracias a mis padres por darme la oportunidad de ir a Barcelona. A María
por acompañarme porque sin su apoyo moral, habría sido imposible. A mi familia
por prestarme su casa y por haber pasado estos días con ellos. A toda la gente
que había en la cola, por hacerme sentir tan viva. Gracias a ellos sé que hay
más gente que comparte mi visión sobre Albert. A las dos niñas que habían
delante de mi en la cola (Alba y Estefania), gracias por guardarme el sitio
mientras yo entrevistaba a la gente. A “Sonrisa Nórdica”, gracias por
encontrarme.
I a tu, Albert, gracies per ser com eres. Més especial que qualsevol persona al món. Per fer-me sentir tan bé, per donar-me l'oportunitat de conèixer-te, per donar-me vida a través de les teues obres. Però sobretot, per fer que crega en el “món groc” i en tots els grocs que em queden per descobrir al món.
I a tu, Albert, gracies per ser com eres. Més especial que qualsevol persona al món. Per fer-me sentir tan bé, per donar-me l'oportunitat de conèixer-te, per donar-me vida a través de les teues obres. Però sobretot, per fer que crega en el “món groc” i en tots els grocs que em queden per descobrir al món.
Esta es mi
historia. Espero que los que la hayáis leído hasta el final, os haya gustado.
¡Un saludo, y
hasta pronto!